5 ago 2013

El profe Mambrú



Ambrosio vive en la cabeza de Mambrú. Ambrosio, el único pájaro del universo que habita una casa móvil y sabia, La cabeza  de Mambrú no es una cabeza cualquiera porque Mambrú es el profe, y nos hace felices.
Verlo todas las mañanas con Ambrosio en la cabeza nos hace reír.
-Qué bien- nos dice-. Amanecieron contentos.
Uno se pone contento de verlo. Uno corre a la escuela para verlo, muerto de la curiosidad. ¿Qué va a pasar hoy? Tal vez se trepe al escritorio y se asome a la ventana para atrapar al personaje de su última historia. Tal vez dibuje una jirafa y nos embadurne con sus manchas. Tal vez un tigre, y nos enrede con sus rayas. Anoche soñé que Ambrosio venía a mi ventana para invitarme a saborear un árbol de caramelos.
Por ahí nos dicen:
-¿Qué le ven a un profesor con pájaros en la cabeza?
La gente no entiende.
Mambrú no nos dice “abran los cuadernos” sino “abran el corazón”. Nos anuncia una historia y cerramos los ojos para soñar con la princesa Luz de Luna. Nos habla del castillo donde vive la hermosa y podemos tocarlo con la yema de los dedos. Nos habla de las flores y podemos olerlas. Nos habla del viento y lo oímos pasar de prisa hacia el castillo de la princesa. El viento le trae noticias de su amado Teodobaldo.
La guerra dura muchos años
El cabello de la princesa toca el piso cuando al fin aparece el príncipe Teodobaldo, cansado y sucio, con unos cuantos soldados.
-Ganamos la guerra-dice.
-No- dice la princesa Luz de Luna-.La perdimos.
El príncipe entiende que cada día sin ver a la princesa, cada día sin amor, fue una batalla perdida. La abraza y le dice.
-Nunca más estaré sin ti.
Todavía abrazamos a la princesa de larguísimos cabellos, todavía le murmuramos al oído que cada día sin amor es una batalla perdida, cuando el profe Mambrú nos pide que abramos los ojos y juguemos. Aplaudimos y él salta. Ah, nos gusta verlo saltar. Se sostienen en el aire. Vuela.  El profe Colibrí, así le decimos. Ambrosio revolotea, nos picotea las orejas, nos despeina, nos enseña a cantar.
El alboroto es tan grande que sale por la puerta, atraviesa los corredores y se cuela a los salones vecinos.
A la profesora Berta Fumanchú no le gusta la fiesta. Su cara de pocos amigos lo expresa todo. Soltera  sin hijos, gorda y pesada, aplastada por  cuarenta años de soledad. Sus alumnos se mantienen tiesos y tristes. Doña Berta Fumanchú viene a nuestra puerta y nos pide silencio. Casi le vemos la espalda, los bigotes y el tabaco prendido en la boca. El profe Mambrú le hace una venia y la profesora se va murmurando con rabia.
-Es como un niño.
El profe Celino Cruz no sabe sonreír. Sus alumnos ríen a escondidas en el patio de recreo. Viene a nuestra puerta y en su cara de palo vemos que la dicha ajena lo atormenta.
Aun así no queremos parar la fiesta.
Entonces aparece el director como sacado del sombrero de un mal mago. El señor director, qué miedo, el coco. Nos volvemos estatuas para saludarlo. Escuchamos con el corazón detenido.
-Profesor Mambrú, ¿qué es ese escándalo?
-Es el escándalo de la felicidad-dice el profe Mambrú.
-¿No hay otras maneras?
-La felicidad no se puede disimular
-Además, profesor Mambrú, ¿cuándo va a dejar ese pajarraco en casa?
-Soy su casa, señor director.
-Profesor Mambrú, perdone que se lo diga pero debería peinarse.
-Los nidos no se peinan señor director
.Con usted no se puede discutir-dice el director.
-Perdone usted-dice el profe Mambrú.
-Permiso, dice el director y se va.
                Nos encanta esta conversación. Con algunas variantes, la hemos oído una y otra vez. Al profe Mambrú le brillan los ojos cuando nos dice, por centésima vez: “La felicidad es más importante que la sabiduría”. Con él hacemos las cometas más altas, los trompos más rumberos, los poemas más intensos, las risas más escandalosas. Las matemáticas son fáciles, la geografía nos hace viajar gratis, las ciencias nos vuelven magos y la historia nos permite conocer personajes chéveres y otros malvados y es como ver televisión en la mente. El día se nos va como un suspiro.
Sabemos del alboroto y también del silencio. Si queremos oímos el vuelo de una mosca y el galope del corazón, exploramos todos los cuartos de la oscuridad y los cajones de la memoria, mientras escribimos en el inmenso patio de recreo que es la página en blanco. El director empuja la puerta para averiguar si nos escapamos por la ventana y, al vernos perdidos en otras magias, se retira avergonzado. El día se nos va.
-Nos vemos mañana-dice el profe Mambrú, sostenido por Ambrosio, y se va, se va volando a casa.



1 ago 2013

La colcha forma una imagen frontal
que se deshila como si tuviese poder
la cama. Como si no dormir
fuese un apresuramiento del alma.
Pero no dormir es también vivir
en esquinas rotas donde da tanto la luz
que los sueños capacitan al recuerdo
de una lucidez ancestral. Casi ovillada
dura la noche. Pero la noche dura
porque recuerdo lo poco que duró
el día de antes. El día fue
un borroso acontecer que se sucedía
sobre triviales gestos del otro
o de la otra, o de tantos otros
que reviven en las pesadillas
tuteándose. Yo vivía más
aquellas noches. Yo era un pijama
de color azul y el pelo recogido
con un cabello que olía a soledad,
a un viento, a una autopista, a un
qué hijas tengo, ninguna me habla
pero me dicen lo que no quiero.
Yo siento en mis piernas, cuando
me saco el pijama, cuando la ventana
es un atributo de mi paisaje interior
cómo vais y venís, cómo estáis
en mi consciencia adormilada,
atacando un pasado que sueño
con mi chaqueta azul de pijama.
Y mis piernas se van, se pasean
por las afueras de mi tiempo,
y me siento un pie con muchos dedos,
una caja de música
sin hijas. Con notas solas. Notas
repetitivas y melodías que canto
desde las uñas, desde los botones
de mi pijama, ¡Ah! qué melodías
cuando mis dedos se quedan solos
y el viento de los sueños
aleja el aire de las pesadillas. No sabe
nadie. Nadie lo sabe. Me devoraron
cuando era más joven en la piel.
Con los años mi sentimiento de madre
cambia de personalidad, se orea
una vieja imagen que me lleva
a mí misma. A la que soy
hecha de dedos.

Concha García
(de Cuantas Llaves)