Ambrosio vive en la cabeza de Mambrú. Ambrosio, el único
pájaro del universo que habita una casa móvil y sabia, La cabeza de Mambrú no es una cabeza cualquiera porque
Mambrú es el profe, y nos hace felices.
Verlo todas las mañanas con Ambrosio en la cabeza nos hace
reír.
-Qué bien- nos dice-. Amanecieron contentos.
Uno se pone contento de verlo. Uno corre a la escuela para
verlo, muerto de la curiosidad. ¿Qué va a pasar hoy? Tal vez se trepe al
escritorio y se asome a la ventana para atrapar al personaje de su última
historia. Tal vez dibuje una jirafa y nos embadurne con sus manchas. Tal vez un
tigre, y nos enrede con sus rayas. Anoche soñé que Ambrosio venía a mi ventana
para invitarme a saborear un árbol de caramelos.
Por ahí nos dicen:
-¿Qué le ven a un profesor con pájaros en la cabeza?
La gente no entiende.
Mambrú no nos dice “abran los cuadernos” sino “abran el
corazón”. Nos anuncia una historia y cerramos los ojos para soñar con la
princesa Luz de Luna. Nos habla del castillo donde vive la hermosa y podemos
tocarlo con la yema de los dedos. Nos habla de las flores y podemos olerlas.
Nos habla del viento y lo oímos pasar de prisa hacia el castillo de la
princesa. El viento le trae noticias de su amado Teodobaldo.
La guerra dura muchos años
El cabello de la princesa toca el piso cuando al fin aparece
el príncipe Teodobaldo, cansado y sucio, con unos cuantos soldados.
-Ganamos la guerra-dice.
-No- dice la princesa Luz de Luna-.La perdimos.
El príncipe entiende que cada día sin ver a la princesa,
cada día sin amor, fue una batalla perdida. La abraza y le dice.
-Nunca más estaré sin ti.
Todavía abrazamos a la princesa de larguísimos cabellos,
todavía le murmuramos al oído que cada día sin amor es una batalla perdida,
cuando el profe Mambrú nos pide que abramos los ojos y juguemos. Aplaudimos y
él salta. Ah, nos gusta verlo saltar. Se sostienen en el aire. Vuela. El profe Colibrí, así le decimos. Ambrosio
revolotea, nos picotea las orejas, nos despeina, nos enseña a cantar.
El alboroto es tan grande que sale por la puerta, atraviesa
los corredores y se cuela a los salones vecinos.
A la profesora Berta Fumanchú no le gusta la fiesta. Su cara
de pocos amigos lo expresa todo. Soltera
sin hijos, gorda y pesada, aplastada por
cuarenta años de soledad. Sus alumnos se mantienen tiesos y tristes.
Doña Berta Fumanchú viene a nuestra puerta y nos pide silencio. Casi le vemos
la espalda, los bigotes y el tabaco prendido en la boca. El profe Mambrú le
hace una venia y la profesora se va murmurando con rabia.
-Es como un niño.
El profe Celino Cruz no sabe sonreír. Sus alumnos ríen a
escondidas en el patio de recreo. Viene a nuestra puerta y en su cara de palo
vemos que la dicha ajena lo atormenta.
Aun así no queremos parar la fiesta.
Entonces aparece el director como sacado del sombrero de un
mal mago. El señor director, qué miedo, el coco. Nos volvemos estatuas para
saludarlo. Escuchamos con el corazón detenido.
-Profesor Mambrú, ¿qué es ese escándalo?
-Es el escándalo de la felicidad-dice el profe Mambrú.
-¿No hay otras maneras?
-La felicidad no se puede disimular
-Además, profesor Mambrú, ¿cuándo va a dejar ese pajarraco
en casa?
-Soy su casa, señor director.
-Profesor Mambrú, perdone que se lo diga pero debería
peinarse.
-Los nidos no se peinan señor director
.Con usted no se puede discutir-dice el director.
-Perdone usted-dice el profe Mambrú.
-Permiso, dice el director y se va.
Nos
encanta esta conversación. Con algunas variantes, la hemos oído una y otra vez.
Al profe Mambrú le brillan los ojos cuando nos dice, por centésima vez: “La
felicidad es más importante que la sabiduría”. Con él hacemos las cometas más
altas, los trompos más rumberos, los poemas más intensos, las risas más
escandalosas. Las matemáticas son fáciles, la geografía nos hace viajar gratis,
las ciencias nos vuelven magos y la historia nos permite conocer personajes
chéveres y otros malvados y es como ver televisión en la mente. El día se nos
va como un suspiro.
Sabemos del alboroto y también del silencio. Si queremos
oímos el vuelo de una mosca y el galope del corazón, exploramos todos los cuartos
de la oscuridad y los cajones de la memoria, mientras escribimos en el inmenso
patio de recreo que es la página en blanco. El director empuja la puerta para
averiguar si nos escapamos por la ventana y, al vernos perdidos en otras
magias, se retira avergonzado. El día se nos va.
-Nos vemos mañana-dice el profe Mambrú, sostenido por
Ambrosio, y se va, se va volando a casa.