22 may 2012

LAS COSAS QUE NO HACEMOS




Me gusta que no hagamos las cosas que no hacemos. Me gustan nuestros planes al despertar, cuando el día se sube a la cama como un gato de luz, y que no realizamos porque nos levantamos tarde por haberlos imaginado tanto. Me gusta la cosquilla que insinúan en nuestros músculos los ejercicios que enumeramos sin practicar, los gimnasios a los que nunca vamos, los hábitos saludables que invocamos como si, deseándolos, su resplandor nos alcanzase. Me gustan las guías de viaje que hojeas con esa atención que tanto te admiro, y cuyos monumentos, calles y museos no llegamos a pisar, fascinados frente a un café con leche. Me gustan los restaurantes a los que no acudimos, las luces de sus velas, el sabor por venir de sus platos. Me gusta cómo queda nuestra casa cuando la describimos con reformas, sus sorprendentes muebles, su ausencia de paredes, sus colores atrevidos. Me gustan las lenguas que quisiéramos hablar y soñamos con aprender el año próximo, mientras nos sonreímos bajo la ducha. Escucho de tus labios esos dulces idiomas hipotéticos, sus palabras me llenan de razones. Me gustan todos los propósitos, declarados o secretos, que incumplimos juntos. Eso es lo que prefiero de compartir la vida. La maravilla abierta en otra parte. Las cosas que no hacemos.


Las cosas que no hacemos Cortometraje Andrés Neuman

18 may 2012

Los yernos Fernando Iwasaki




Me encanta contemplar mis libros en las estanterías, acariciar sus lomos y meter la naríz entre sus páginas como si realizara un fantasía pecaminosa. Debo tener casi diez mil, atesorados desde la adolescencia y leídos sin pausa a través de los años. ¿Habrá placer más grande que poner nombre, fecha y lugar de compra en la primera página de un nuevo libro? Mi bliblioteca es el atlas de mis lecturas, las memorias de mi caligrafía y el itinerario de mis conocimientos.
Cuando las niñas eran pequeñas sacaba un libro al azar y les explicaba dónde lo había adquirido, a qué edad lo había leído y cómo había influido su lectura en mi vida. Ellas reían y prometían cuidarlos mucho, pero ahora han crecido, se han puesto muy guapas y la casa se me ha llenado de moscones. No me importa que alguno de esos maleducados le meta mano algún día a mis hijas. Es ley de vida. No. Lo que no me deja dormir es que encima arramplen con la biblioteca.
Me sulfura suponer que dentro de veinte o treinta años un yerno la tire a la basura para hacerle sitio a un televisor más grande. "¿Hasta cuándo vamos a guardar la biblioteca del empollón de tu padre?", chillarán. Ay mis libros, mis viajes, mi memoria. Por eso cogí un cuchillo y me escondí en el garage hasta que salieron esos maleducados. No se dieron ni cuenta.
¡Pobrecitas! Eran tan guapas.

Tomado de Ajuar funerario, un libro de cuentos de terror que sin duda dará escalofrío a más de uno.