1 ago 2013

La colcha forma una imagen frontal
que se deshila como si tuviese poder
la cama. Como si no dormir
fuese un apresuramiento del alma.
Pero no dormir es también vivir
en esquinas rotas donde da tanto la luz
que los sueños capacitan al recuerdo
de una lucidez ancestral. Casi ovillada
dura la noche. Pero la noche dura
porque recuerdo lo poco que duró
el día de antes. El día fue
un borroso acontecer que se sucedía
sobre triviales gestos del otro
o de la otra, o de tantos otros
que reviven en las pesadillas
tuteándose. Yo vivía más
aquellas noches. Yo era un pijama
de color azul y el pelo recogido
con un cabello que olía a soledad,
a un viento, a una autopista, a un
qué hijas tengo, ninguna me habla
pero me dicen lo que no quiero.
Yo siento en mis piernas, cuando
me saco el pijama, cuando la ventana
es un atributo de mi paisaje interior
cómo vais y venís, cómo estáis
en mi consciencia adormilada,
atacando un pasado que sueño
con mi chaqueta azul de pijama.
Y mis piernas se van, se pasean
por las afueras de mi tiempo,
y me siento un pie con muchos dedos,
una caja de música
sin hijas. Con notas solas. Notas
repetitivas y melodías que canto
desde las uñas, desde los botones
de mi pijama, ¡Ah! qué melodías
cuando mis dedos se quedan solos
y el viento de los sueños
aleja el aire de las pesadillas. No sabe
nadie. Nadie lo sabe. Me devoraron
cuando era más joven en la piel.
Con los años mi sentimiento de madre
cambia de personalidad, se orea
una vieja imagen que me lleva
a mí misma. A la que soy
hecha de dedos.

Concha García
(de Cuantas Llaves)


No hay comentarios:

Publicar un comentario