24 sept 2013

Expulsión




Estimado Sr. Pearson:
Usted me indicó que escribiera una carta pidiendo disculpas por no haber asistido a la clase obligatoria de deportes de los miércoles en la tarde las últimas seis semanas. También me indicó que explicara en detalle en qué ocupé ese tiempo. Dijo que si no lo explicaba, recomendaría mi expulsión de la escuela.
Más vale que le diga desde el principio, señor, que no puedo pedir disculpas.
Sé que las tardes de deportes son obligatorias, pero eso no significa hacer los deportes que usted, señor, admite y organiza.
He hecho indagaciones sobre este tema con mi tutor de curso, con el subdirector del colegio y el director de sexto de bachillerato (no les dije por qué lo preguntaba, ni les conté de su amenaza; simplemente planteé la pregunta como un asunto de interés general). Todos estuvieron de acuerdo en que el propósito de la tarde de deportes es garantizar que hagamos ejercicio. En otras palabras, la cuestión no es el deporte en sí, sino nuestra salud. Concordaron en que hay muchas maneras de hacer ejercicio y no únicamente jugar futbol, que es el deporte que usted en lo personal prefiere. Debo reconocer que a mí es el deporte que menos me agrada.
Me gusta caminar, trepar árboles y el tenis en temporada (de hecho, prefiero el sexo  a todos éstos, el cual he leído es tan buen ejercicio como cualquier deporte). Ninguno de estos deportes (y mucho menos el sexo) es ordenado por usted en los periodos obligatorios de deporte. Así que yo me ejercito de estas maneras en otros momentos de la semana, tales como después de clases y los fines de semana.
De acuerdo con las recomendaciones del documento oficia titulado Salud y ejercicio para niños y jóvenes en edad escolar Dfes C5 66/B, p. 14 (disponible, señor, en el sitio en red del gobierno, por si no lo leyó), el promedio recomendado para la gente de mi edad es un mínimo de tres horas de “actividad vigorosa” a la semana. Yo supero ese mínimo fácilmente, sobre todo si incluyo el sexo en mis cálculos.
Se nos dijo que estos dos últimos años de escuela iban a prepararnos para nuestra vida posterior, ya fuera en la universidad o en un trabajo. Recuerdo al director diciéndonos que un elemento clave era que teníamos que “hacernos responsables de nuestros estudios” (cito de mis apuntes de aquella ocasión) más que simplemente seguir instrucciones de los maestros. Y también que debíamos “usar nuestra iniciativa para el estudio autodirigido y las actividades extracurriculares”.
En estas últimas seis semanas, me he hecho responsable de mi ejercicio y he usado mi iniciativa para actividades deportivas autodirigidas.
Siendo esto lo que nos exhortaron a hacer, no veo motivo para disculparme por ello.
Pero ésa no es la única explicación para haberme perdido su clase de deportes de los miércoles.
Yo no sé, Sr. Pearson, si usted era como yo cuando tenía mi edad. Por algún motivo, lo dudo. Yo soy una de esas personas a las que siempre escogen hasta el final en cualquier deporte de equipos. Es verdad que no sirvo para desplazarme por una cancha como si en ello me fuera la vida ( sé que no me va). No sirvo para taclear a otros jugadores con una intención agresiva ni con el deseo competitivo de quitarles el balón. Soy un caso perdido para atrapar cualquier objeto que me lanzan. No me importa un comino si gano o pierdo cualquier juego. De hecho, todas las formas de actividad física competitiva me parecen repugnantes. Creo que es una forma de violencia legitimada. Yo me opongo a cualquier tipo de violencia y sobre todo a aquellas que fueron inventadas solamente para hacer ejercicio.
La gente que es buena para estas cosas y que gusta de ellas es la que suele acabar de capitán del equipo y la que escoge a la gente con la que quiere jugar. Como todos saben que soy pésimo para todas las habilidades requeridas, y dado que no oculto mi desagrado por los deportes competitivos en equipo, no es de extrañarse que sólo me escojan si no hay nadie más para completar los números. La mayoría de las veces, en sus tardes de deportes, me dejan fuera, como algo innecesario, y me paso las dos horas y media con los otros sobrantes , que por lo general somos los mismos tres  o cuatro, a quienes eufemística e incorrectamente nos llaman “reserva”.
Dudo, Sr. Pearson , que usted en su vida haya sido un sobra de “reserva”. Por lo tanto no puede saber la humillación que sentimos quienes padecemos tal destino. No puede saber la humillación que sentimos quienes padecemos tal destino. No puede saber lo que es pasar el roto con otros dos o tres sobrantes, pateando un balón sin propósito alguno, fingiendo que estamos jugando para evitar que usted nos grite de vez en cuando, señor. No puede saber cuán deprimente resulta esto en un día frío y húmedo de invierno. Pero sí esperaría, Sr. Pearson, que por lo menos se diera cuenta, tras pensarlo algunos minutos, de la enorme pérdida de tiempo que es. Tiempo que he decidido, por mi propia iniciativa y haciéndome responsable de mí mismo, emplear de manera más valiosa en mis estudios.
Como he dicho, no puedo pedir disculpas por esto.
Lo cual me lleva a la descripción que usted solicita de cómo he pasado mis tardes de miércoles las últimas semanas.
Puedo decirle que las pasé en la biblioteca de la escuela. La bibliotecaria, sin duda alguna, podrá confirmarlo.
Pero como no llevé un registro exacto de lo que logré en esas tardes, no puedo darle una descripción detallada. Lo que sí puedo decirle es que pasé el tiempo en estudio autodirigido de temas extracurriculares, a saber: los hábitos sexuales del sapo corredor, la psicología y corrupción del poder en actividades humanas (incluyendo el deporte) y la política de la resistencia pasiva.
Puedo proporcionarle las referencias bibliográficas de los libros consultados si así lo requiere.
En conclusión, Sr. Pearson, quiero decir que el deporte me parece una actividad periférica a la vida escolar. No debería permitirse que suplante el verdadero propósito de una escuela que, en mi humilde opinión, es educar a la gente joven en el estudio de la vida humana mediante las artes y las ciencias. Ejercitarse, lo cual estoy de acuerdo es una actividad prudente, es algo que debería llevarse a cabo fuera del horario escolar en una selección voluntaria de aquellas actividades que más agraden al individuo y mejor se adapten a su naturaleza y aptitudes.
Estos son mis motivos y explicaciones para no haber asistido a la clase de deportes obligatoria las últimas seis semanas.
Sinceramente,
Jason Hind



Al director de la escuela:
Recomiendo la expulsión de este alumno, no sólo por faltar a la actividad deportiva obligatoria, sino también por el tono insultante de su carta y su negativa a disculparse por su infracción. Si toleramos semejante conducta y actitud grosera sin tomar una postura firme, perderemos toda nuestra autoridad y se propagarán como pólvora infracciones aún peores.
J. R. D Pearson, Director de deportes

Al director de deportes:
Petición rechazada. Estoy de acuerdo en que el muchacho hizo mal en saltarse la actividad obligatoria sin consultarlo antes con usted y estoy de acuerdo en que el tono sardónico y algo del contenido de su carta podrían tomarse como un insulto, si uno así quiere verlo. Pero su punto sobre las metas que planteamos para los alumnos de sexto me parecer muy bueno. No podemos decirles que hagan algo y luego enojarnos porque lo hacen.
Hablé con Hind y le di un buen regaño. Le indiqué que lo buscara para disculparse debidamente y que asistiera los miércoles sin falta. Le dejé en claro que si falla, reconsideraré mi decisión de no expulsarlo. Sin embargo, también me parece que tienen un buen punto con respecto a los “reservas” (¿tal vez usted pueda pensar en algo mejor qué hacer con los que quedan fuera?). Y le he dicho que puede jugar tenis adentro con cualquiera de los otros “reservas” que quiera jugar con él.
Con eso sugiero que demos el tema por concluido.
W. P. Turnbull, director de la escuela. 


Aidan Chambers
El juego de los besos
Fondo de cultura económica