A lo largo del prado, donde pacían las vacas y trotaban los caballos, había un viejo muro hecho de piedra.
En aquél muro, no lejos del pajar y del granero, tenía su hogar una parlanchina familia de ratones.
Pero los granjeros se habían marchado, el pajar estaba abandonado y el granero aparecía vacío. Y, como el invierno no andaba lejos, los ratoncitos empezaron a recoger maíz, nueces, trigo y paja. Todos trabajaban día y noche. Todos menos Frederick.
-Frederick, ¿por qué no trabajas?, le preguntaron.
-Yo trabajo, dijo Frederick.
-Recojo los rayos del sol para los fríos y oscuros días de invierno.
Y cuando vieron a Frederick, mirando al prado y sentado, le dijeron:
-¿Y ahora, Frederick?
-Recojo colores, dijo Frederick, sencillamente. Para el invierno gris.
Y una vez Frederick parecía medio dormido.
-¿Estas soñando, Frederick?, le preguntaron con reproche.
Pero Frederick dijo: Oh, no. Estoy reuniendo palabras, porque los días de invierno son muchos, y largos, y se agotarán las cosas de qué hablar.
Los días de invierno llegaron, y, cuando cayó la primera nieve, los cinco ratoncitos se instalaron en su escondite entre las piedras.
Al principio había raciones para comer, y los ratones contaban historias de zorros tontos y gatos mentecatos. Eran una familia feliz.
Pero poco a poco habían roído la mayoría de nueces y bayas, la paja se fue, y el maíz era sólo un recuerdo. En el muro hacía frío y nadie sentía ganas de charlar.
Entonces se acordaron de lo que Frederick había dicho sobre los rayos del sol, los colores y las palabras.
-¿Qué hay de tus provisiones, Frederick?, le preguntaron.
-Cierren los ojos”, dijo Frederick, mientras se subía en una gran piedra.
-Ahora les envío los rayos del sol. Sientan su dorado resplandor…
Y a medida que Frederick hablaba del sol, los cuatro ratoncitos volvían a sentir su tibieza. ¿Era la voz de Frederick? ¿Era magia?
-¿Y qué hay de los colores, Frederick?, preguntaron ansiosamente.
-Cierren los ojos otra vez, dijo Frederick. Y cuando les habló de la azul flor de otoño, de los girasoles entre los trigos amarillos, de las verdes zarzamoras florecidas, ellos veían los colores con tanta claridad como si estuvieran pintados en sus mentes.
-¿Y las palabras, Frederick?
-Frederick aclaró su garganta, esperó un momento, y entonces, como desde un escenario, dijo:
-¿Quién esparce los copos de nieve?
¿Quién derrite el hielo?
¿Quién estropea el tiempo? ¿Quién lo hace bonito?
¿Quién hace brotar en junio la cuarta hoja del trébol?
¿Quién nubla la luz del día? ¿Quién enciende la luna?
Cuatro ratoncitos de campo, que viven en el cielo.
Cuatro ratoncitos de campo, como ustedes…y yo.
Uno es Ratónprimavera, que danza en el aguacero.
Viene entonces Ratónverano, y pinta en las flores.
Otoñoratón le sigue, con trigo y con castañas.
Y el último es Ratóninvierno…con fríos piececitos.
¡Tenemos suerte de que las estaciones sean cuatro!
¡Piensen en un año con una de menos…o una de más!”
Cuando Frederick terminó, todos le aplaudieron. “Pero Frederick”, le dijeron. “¡Tú eres un poeta!”
Frederick se ruborizó, hizo una reverencia y dijo tímidamente: “Ya lo sé.”
Leo Lionni, Frederick, España,
Editorial Lumen, 1998.
(Adaptación de Laura Aguirre Lass)
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