(A la orilla)
I
Es invierno,
alguien vendrá a leer la arena
en las manos de los niños.
¿Pero quién vendrá a sumergirse
en el canto ámbar de una sirena?
¿Quién a desenredar sus arrugas
y arrancar su canas de la piedra
en que la voz de la vieja sirena
se sienta a soñar la juventud de la luna?
¿Quién le ungirá la piel con deseo?
Si ya ofrenda, sus corales al viento,
si el vientre sin descendencia se hincha,
si a cada ola, el mar también envejece.
II
Un pez borra las huellas
de la arena sobre el mar.
No es la voz, es el frío
quien camina por la arena.
Una sirena niña
sueña el silencio de las olas.
Párpados de sal y agua
se cierran en el horizonte.
III
Ahí donde las especies marinas confluyen
y los caracoles celebran su rito ancestral,
donde se abren abanicos de fuego
y el tiempo se repliega de tanto asombro.
Ahí, en el albor de un siglo,
otra sirena piel de marfil se suicida.
Y no es el frío, ni la difícil madrugada
del león marino sobre la arena.
No es el invierno, es el lamento
quebrantando el vuelo de la gaviota.
Al vuelo se quiebra el ala de la voz.
Caen esquirlas, la sangre asciende por la piel del cielo.
IV
Quiso ser manta raya
y soñó que de su vientre salino
nacerían las más dulces promesas.
Quiso hablar el lenguaje de los delfines,
apaciguar en sus manos
los mares de la incertidumbre.
Liberarse
de la rutina y la miseria
que se extendía a plenitud en su horizonte.
Y cortó
uno a uno los pétalos de la anémona.
Y giro largo tiempo sobre sí misma.
Quiso ser estrella de mar.
Y he aquí otro tacón roto
sobre un espejo de concreto.
Lotería
Nati Rigonni
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