11 nov 2011

Encuentro en un frío día cordobés

Hoy estoy en Córdoba, he tenido la fortuna de reencontrarme con mis compañeros mediadores de salas de lectura y con nuestra querida capacitadora Claudia Gaete; justamente ha sido ella la que me ha dado a conocer la obra del poeta que esta noche les comparto. Julián Herbert.

He crecido en patios sucios
He crecido en patios sucios
inventando juguetes de madera.
Los sueños y las cicatrices
dan la talla de mi cara.
Sé muy poco del mundo,
pero llegan postales.

Tuve dos hijos, una
cita en un juzgado
y gran facilidad para
poner los ojos tristes,
y aún así algo me falta.

No es el cuerpo de Laura
ni la mente de Sergio
ni la insolada perfección de los ciclistas:
me falta regresar a la cocina de la abuela
y comerme el pastel de chocolate
que a los seis años me supo tan amargo


El segundo es un poema que espero alguien me dedique después de los cuarenta.

Los que cumplieron más de cuarenta

Los que cumplieron más de cuarenta
se deprimieron mucho el día de la fiesta,
o fingieron que era la misma fiesta
                de hace cuatro años,
o comieron y bebieron tanto
que al día siguiente se sintieron enfermos,
casi viejos.

Pero los que cumplieron más de cuarenta
ya están mejor: sus gestos
han  perdido la ostentación de la juventud.
Ahora pueden fumar, sostener una viga,
pelear con el marido por culpa de los closets
y hasta hacer el amor
con ademanes lentos, naturales,
                       con la resignación
de quien sabe que el tiempo es pura pérdida
                       de tiempo.

Los que cumplieron más de cuarenta
tienen historias absurdas: accidentes
en motocicleta, piedras en la vesícula,
un rancho y un piano y una mamá que huele
a piloncillo con nuez, un hermano seminarista,
un volskwagen amarillo,
una infancia resuelta a punta de balazos
en el oscuro de un cine que hoy no existe.

Y así,
vuelta y vuelta la fe de la memoria,
inventándose penas adolescentes
para el cuerpo donde viven ahora,
los que cumplieron más de cuarenta recuerdan
no para revivir la juventud, sino para decirla,
porque de veras no tienen miedo de los años
pero sí tienen miedo del silencio.

Los que cumplieron más de cuarenta
se enojan si les hablas de tú,
se enojan si les hablas de usted.
Hay que llamarlos a silbidos, a tientas,
a empujones,
a palmadas en la espalda,
hay que llamar su atención mencionando
políticos rusos o películas francesas,
hay que explicarles casi todo
acerca de los juegos de video
y los nuevos programas de la televisión.

Los que cumplieron más de cuarenta
saben pensar el alba:
un cuerpo gozado en un hotel de paso,
un cuerpo solitario de vodka en el mejor hotel,
una calle vacía y de pronto los pájaros
El amanecer esa banca en el parque
y las palabras que no llegan a la boca.

Hay que dejarlos recordar
y luego seguirlos hasta la ventana
           (hablarles de tu, hablarles de usted),
palmearles despacito sobre un brazo
como a unos hijos nuestros que de pronto
crecieron demasiado y nos asustan.

Los que cumplieron más de cuarenta
desean cosas bien sencillas:
que la fiesta se acabe,
que las muchachas no les digan "señor",
que diosito con su lápiz les borre la panza,
que el café vuelva a saber,
que a las calles de la infancia nadie les cambie
       el nombre,
que las piernas de alguien se abran para ellos
y dormir calientitos,
como si una señora difunta los arropara
estirando la mano desde atrás
-muy atrás-
             de la vida.

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